Edvard Munch, el hombre que pintaba la angustia
Dr. José Manuel Rodríguez Pérez
Introducción
Como apasionado de la historia y la fotografía, así como admirador de las artes plásticas, sobre todo de la pintura y la escultura, me he nutrido de saberes que han ampliado mi panorama en todos los aspectos… Al contemplar obras de diversos tiempos y escuelas, y ver esculturas desde las egipcias hasta las modernas, pasando por las huascas con patología craneal, todo lo he mirado con el ojo analítico de mi profesión, con afán de encontrar datos de problemas oculares. Y es que una pintura o una escultura no solo reflejan el alma del artista, también pueden mostrar sus condiciones físicas, incluyendo el estado ocular del mismo al momento de crear una obra.
Lo anterior me ha brindado la oportunidad de presentar, tanto en nuestra Sociedad Mexicana de Oftalmología, que alguna vez presidí, como en la Asociación Mexicana de Retina, múltiples pláticas sobre enfermedades oculares de los artistas y como estas influyen en su obra. En esta etapa, el Profesor Arthur Linksz, uno de los grandes de la fisiología ocular, con quien no solo comparto raíces, sino intereses, me guió mientras logró escribir su libro An Ophthalmological Look at Art.
He gozado la publicación del Dr. José Manuel Rodríguez Pérez Edvard Munch, el hombre que pintaba la angustia. Como se relata en su amplia exposición, es posiblemente la única ocasión en que un artista plasmó en su obra lo que observó a raíz de su padecimiento ocular; una hemorragia en vítreo. Durante la lectura, pude recordar todos los esbozos y pinturas que el artista realizó hasta su recuperación. Solo me resta felicitar a José Manuel y compartir con él su interés en exponer la íntima relación entre las artes plásticas y la oftalmología.
Dr. Alexander Dalma Kende
En un pequeño municipio noruego llamado Løten, un 12 de diciembre nació Edvard Munch, uno de los pintores impresionistas más duros que como humanidad hemos contemplado. A lo largo de su vida mostró rasgos claros de depresión; pero, si hay una palabra que puede definir su vida y obra sería “angustia”.
Este sentimiento comenzó a asolarlo desde sus cinco años, cuando su madre exhaló su último aliento acompañada de profundos estertores y las cicatrices tanto físicas como emocionales que la tuberculosis había dejado en ella.
Ante esta experiencia, no es difícil imaginar que “La niña y la muerte” (imagen 1) de 1899, sea un reflejo del dolor silencioso y profundo que él y sus hermanos debieron padecer.
En 1879, Munch inició la carrera de ingeniería, pero la abandonó para dedicarse a la pintura, cosa que no agradó a su padre. Sin embargo, continuó hasta matricularse en la Real Escuela de Arte y Diseño de Kristiana. La carrera artística de Munch se vio influenciada por otros impresionistas como Manet y Gaugin, a quienes superó al punto de que el ala más conservadora de artistas alemanes se escandalizara ante su exposición de 1892, lo que quedaría escrito en el gran libro de la historia como “El caso Munch”.
En 1904 se vio involucrado en una pelea y sufrió un traumatismo en el ojo izquierdo que deterioró su visión lo suficiente para sembrar en él un natural miedo a perder totalmente la vista. Mas fue hasta 1930 cuando se presentó con el Dr. Johan Reader, profesor de oftalmología de la Universidad de Oslo, refiriendo la pérdida súbita de la visión en su ojo derecho. El oftalmólogo detectó una hemorragia vítrea probablemente asociada con hipertensión arterial no tratada, y recomendó “reposo físico y mental”. Munch siguió las indicaciones al pie de la letra sin limitarse en su obra creativa.
Fue así que, al tapar su ojo “sano” se dibujaba frente a él una calavera que, según él mismo, no podía significar otra cosa que un presagio funesto (imagen 2). Unos años después, en 1938, el pintor sufrió una nueva hemorragia, pero esta vez en el ojo izquierdo.
La vivencia personal de Munch y la historia natural de su patología puede conocerse a través de tres fuentes: las notas de su oftalmólogo, las notas que colocó al reverso de cada una de sus obras, y finalmente, en sus pinturas per se. Es posible identificar en sus pinceladas el dolor, la desesperación, y una suerte de duelo que termina con una combinación de aceptación y síndrome de Estocolmo hacia su padecimiento, como consta la cita al inicio de este artículo.
La hemorragia siguió su curso y comenzó a reabsorberse. Munch continuó experimentando con la visión entóptica y equiparó una mancha hemática con un ave de rapiña que se abalanzaba sobre él (imagen 3), devorando con su pico los colores. El pintor lo describía así: “Delante de mí un gran pájaro se mueve lentamente. Un pájaro con sombrías plumas marrones, del que sale un rayo azul luminoso, que se ve rodeado por un bello círculo amarillo, que se desplaza cuando me muevo por la habitación. A veces se proyecta sobre la pared y todo se ilumina como si fuese un fuego artificial”.
Con esto, se vuelve relativamente fácil dibujar una descripción clínica: la cabeza y el pico se formaron tras la reabsorción inicial de la sangre, el halo amarillo sería un anillo de Weiss, el cuerpo sería la totalidad de la hemorragia y los destellos fotopsias.
A partir de aquí, Edvard comenzó a interesarse más en los resultados que daba al pintar estas imágenes endópticas. Primero medía las variaciones que el escotoma daba sobre una rejilla pintada en una hoja de papel y si a su mente, querido lector, han llegado las palabras “rejilla de Amsler”, está en lo correcto, pero no sería hasta diecisiete años después que el oftalmólogo Marc Amsler la desarrollaría.
Combinado con lo anterior, el pintor sometía su ojo a diferentes tipos de luz para después pasar sus hallazgos al lienzo con acuarelas.
Conforme el tiempo pasaba, esta ave comenzó a desaparecer, descomponiéndose en pájaros más pequeños, hechos de fibrina. Llegaron a ser tan transparentes que pudo abandonar su lecho y contemplar los atardeceres noruegos, pero aún eran suficientemente opacos para tener un lugar entre sus lienzos.
Finalmente, y muy a pesar de los deseos del pintor, la hemorragia desapareció por completo, dejando a nuestro paciente sin su fuente de inspiración pasajera, pero con una enseñanza profunda sobre la angustia y la enfermedad: así como la belleza radica en el ojo de quien mira, la inspiración y la belleza pueden provenir de lugares inesperados, incluso desde la sangre que nutre nuestros órganos.
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